Hay heridas que no se ven, pero sangran igual que las que atraviesan la piel.
miércoles, 5 de noviembre de 2025
El dolor de no sentirse querido
domingo, 2 de noviembre de 2025
El error que siempre vuelve
Nos pasamos la vida repitiendo frases hechas:
"De los errores se aprende", decimos, como si el simple hecho de tropezar nos hiciera más sabios.
Pero la realidad es otra, mucho más dura.
De los errores no se aprende, se sobrevive.
El ser humano tiene una habilidad increíble para olvidar lo que duele. Cuando el golpe pasa y la calma vuelve, enterramos lo vivido en algún rincón del alma, convencidos de que ya está superado. Pero lo que se olvida no se aprende… y lo que no se aprende, se repite.
Nos decimos que no volverá a pasar, que la próxima vez será distinto, que ahora sí hemos madurado. Y sin embargo, cuando el tiempo borra las huellas del tropiezo, volvemos a andar descalzos sobre las mismas piedras.
Porque el tiempo no enseña. El tiempo anestesia.
Nos cura las heridas, pero también nos roba la memoria.
Creemos que el dolor deja lecciones, pero muchas veces solo deja cicatrices. Y con los años, esas cicatrices se vuelven casi invisibles. Hasta que un día, sin saber cómo, el destino nos pone de nuevo frente al mismo error. Entonces entendemos que la vida no repite capítulos por capricho, sino porque aún no hemos entendido la lección.
No aprendemos del error, aprendemos cuando recordamos el error.
Cuando lo analizamos, cuando lo aceptamos sin buscar culpables, cuando lo miramos con honestidad y decimos: “Sí, fui yo. Yo lo hice mal”.
Esa es la diferencia entre tropezar y crecer.
Quizás la sabiduría no esté en caer ni en levantarse, sino en tener el valor de recordar dónde nos caímos.
Porque mientras sigamos huyendo del pasado, el pasado nos seguirá los pasos.
Y cada olvido será una invitación a repetir la historia.
Así que no, no creo que de los errores se aprenda.
Creo que solo se aprende de lo que no se olvida.
Y tú…
¿crees que aprendemos de los errores o simplemente los dejamos dormir hasta volver a tropezar?
Déjame leerte en los comentarios.
Tal vez, entre todos, encontremos la respuesta.
sábado, 1 de noviembre de 2025
Las máscaras que usamos a diario
lunes, 20 de octubre de 2025
La sociedad que estamos fabricando
A veces me detengo a mirar a mi alrededor, y no sé si reírme o echarme a llorar. Nos llenamos la boca hablando de progreso, de libertad, de empatía… pero cada día nos parecemos menos a lo que un día soñamos ser.
Vivimos en una sociedad donde la apariencia vale más que la verdad, donde el “me gusta” pesa más que la palabra, y donde el valor de una persona se mide por la cantidad de ojos que la miran, no por el corazón que la sostiene.
viernes, 17 de octubre de 2025
Cuando das todo, y aún así te clavan el alma
Hay momentos en la vida en los que uno se entrega sin reservas.
lunes, 29 de septiembre de 2025
La vida no se vive mañana, se vive hoy
El tiempo avanza a pasos agigantados. Apenas nos damos cuenta y ya estamos dejando atrás estaciones completas. Hace solo un suspiro despedíamos el verano, con su calor, sus tardes largas y esa sensación de libertad que siempre trae consigo. Y ahora, casi sin notarlo, las calles comienzan a vestirse de luces, los escaparates se tiñen de rojo y dorado, y la Navidad asoma en el horizonte como un susurro que se convierte en voz.
La vida se convierte en una cinta transportadora que nunca se detiene. Siempre avanzando. Siempre empujándonos hacia adelante. Y nosotros, inmersos en esa inercia, vivimos esperando lo que viene: “cuando llegue tal día…”, “cuando pase tal cosa…”, “cuando lleguen las vacaciones…”. Nos aferramos al futuro como si allí estuviera escondida la verdadera vida. Y en ese esperar, en ese constante aplazamiento, se nos van escapando los mejores momentos.
El problema es que a ese correr del reloj le sumamos el estrés. Ese compañero silencioso que aprieta el pecho, que nos llena la agenda hasta los bordes, que nos hace correr más de la cuenta, aunque no sepamos muy bien hacia dónde. Vivimos con la mente siempre más rápida que el cuerpo, con el alma instalada en un mañana que nunca llega y casi nunca en el hoy. Queremos que pase la semana, que llegue el viernes, que llegue el puente, que empiecen las vacaciones… y cuando por fin llegan, los vivimos con la prisa de quien tiene miedo de que se acaben demasiado pronto.
Y en medio de esa carrera sin meta, el estrés nos roba lo más valioso: la capacidad de disfrutar del instante. Nos arrebata el poder detenernos en la sobremesa tranquila, en la risa espontánea de un hijo, en el café compartido sin mirar el reloj, en el silencio de estar simplemente en paz. Todo eso, que al final es lo que da sentido a la vida, lo dejamos pasar como si siempre fuese a estar ahí, sin darnos cuenta de que lo más frágil y lo más hermoso se escapa sin avisar.
El tiempo no espera. No pide permiso, no se detiene para que lo alcancemos, no concede treguas. Y cuando abrimos los ojos, ya se nos fue.
domingo, 27 de julio de 2025
El hombre que siempre está cansado
Lo ves ahí, con los ojos apagados y los hombros vencidos.
Lo ves bostezar a deshora, arrastrar los pies, vivir con el cuerpo, pero ausente con el alma.
Y rápido sacas la sentencia: “Qué flojo. Qué apático. Le falta vida.”
No tienes ni idea.
Ese hombre no es un flojo.
Está roto.
Roto por dentro, pero en silencio. Porque los hombres que sienten hondo no suelen hacer ruido.
No es falta de ganas. Es exceso de peso de responsabilidades.
No le falta motivación. Le sobra tristeza.
No está huyendo de la vida. Está sobreviviendo a ella.
Carga tantas cosas que no se ven…
Responsabilidades que no puede soltar.
Pensamientos que no lo dejan dormir.
Recuerdos que le arden.
Y miedos que se disimulan con una sonrisa cansada.
Porque ser un hombre inteligente y sensible no es ningún premio.
Es una condena silenciosa que te deja despierto cuando el mundo duerme.
Es sentirlo todo y no poder contarlo sin que te digan que exageras, que te pongas firme, que no seas “tan blando”.
Y eso quema.
Quema por dentro.
Nadie imagina las batallas que ese hombre libra entre las cuatro paredes de su mente.
Nadie ve la lucha en sus madrugadas, cuando no logra apagar la cabeza ni el corazón.
Nadie sabe cuántas veces se ha levantado hecho pedazos… y ha salido igual.
No, no es flojera. Es alma desgastada.
Es tristeza enquistada.
Es agotamiento de existir con un corazón que siempre está en guerra.
Antes de juzgar al hombre que siempre está cansado,
míralo bien.
Tal vez no necesita un consejo.
Tal vez solo necesita que alguien —una vez en la vida— lo abrace sin decirle que tiene que ser fuerte.
Porque ser fuerte, a veces, es lo que más agota.
El dolor de no sentirse querido
Hay heridas que no se ven, pero sangran igual que las que atraviesan la piel. Una de ellas —quizás la más silenciosa y cruel— es la de no s...
-
Hoy he conocido a una chica valenciana, y su historia me ha dejado sin palabras. Ella recorre miles de kilómetros, llevando regalos de Disn...
-
Hay que dejar de insistir donde no te quieren. Hay que aprender a irse sin hacer ruido, pero con la cabeza bien alta. Porque si no te incluy...
-
"Estaré aquí, siempre que lo necesites." No siempre hacen falta grandes discursos ni gestos heroicos. A veces, una simple frase...



