viernes, 17 de octubre de 2025

Cuando das todo, y aún así te clavan el alma

Hay momentos en la vida en los que uno se entrega sin reservas.

Te das en cuerpo y alma, porque crees en lo que haces. Porque lo sientes tuyo. Porque entiendes que el trabajo bien hecho no se mide en horas, sino en corazón.
Y así vas dejando pedacitos de ti en cada cosa, dejando atrás tus propios quehaceres, tus ratos libres, tu descanso… todo, por sacar adelante lo que otros ni siquiera entienden.

Y cuando lo haces así, con verdad, esperas que la vida —o al menos las personas— respondan con el mismo respeto. Pero no siempre es así.
A veces, en lugar de un “gracias”, te llega una puñalada.
A veces descubres que la gente no te valora por lo que das, sino por lo que cedes.
Que mientras bailas al son que ellos marcan, todo va bien.
Pero cuando te atreves a marcar tu propio compás, cuando dices “hasta aquí”, entonces eres el problema.

Qué ironía. Que el que trabaja de corazón sea el señalado. Que el que intenta hacer las cosas bien sea el que molesta.
Pero aun así, bendita sea la conciencia tranquila.
Porque mientras otros viven de las apariencias, tú puedes mirar atrás y saber que no le debes nada a nadie.
Que tu entrega fue real, y tu lealtad, sincera.

No hay derrota en eso. Hay aprendizaje.
Hay cicatrices que enseñan a quién dar la mano y de quién apartarla.
Porque al final, quien te paga mal por hacer el bien, no te quita valor… se lo quita él mismo.

Y tú sigues. Cansado, pero con la frente alta.
Dolido, pero limpio.
Porque quien actúa desde el corazón, tarde o temprano, encuentra su recompensa.
Aunque el mundo te dé la espalda… Dios nunca lo hace.

A veces la vida te pone en lugares donde tu entrega no encaja con los intereses de otros.
Te duelen las decepciones, te pesan las injusticias, pero aprendes que no todo el mundo tiene tu mismo sentido de la lealtad.
Y ahí está la lección: no cambies tu esencia por la ingratitud de nadie.
Sigue dando lo mejor de ti, aunque duela.
Porque lo que haces desde el alma, tarde o temprano, vuelve multiplicado.
Y cuando eso ocurra, entenderás que no perdiste… solo te estaban preparando para algo más grande.




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