lunes, 29 de septiembre de 2025

La vida no se vive mañana, se vive hoy

El tiempo avanza a pasos agigantados. Apenas nos damos cuenta y ya estamos dejando atrás estaciones completas. Hace solo un suspiro despedíamos el verano, con su calor, sus tardes largas y esa sensación de libertad que siempre trae consigo. Y ahora, casi sin notarlo, las calles comienzan a vestirse de luces, los escaparates se tiñen de rojo y dorado, y la Navidad asoma en el horizonte como un susurro que se convierte en voz.

La vida se convierte en una cinta transportadora que nunca se detiene. Siempre avanzando. Siempre empujándonos hacia adelante. Y nosotros, inmersos en esa inercia, vivimos esperando lo que viene: “cuando llegue tal día…”, “cuando pase tal cosa…”, “cuando lleguen las vacaciones…”. Nos aferramos al futuro como si allí estuviera escondida la verdadera vida. Y en ese esperar, en ese constante aplazamiento, se nos van escapando los mejores momentos.

El problema es que a ese correr del reloj le sumamos el estrés. Ese compañero silencioso que aprieta el pecho, que nos llena la agenda hasta los bordes, que nos hace correr más de la cuenta, aunque no sepamos muy bien hacia dónde. Vivimos con la mente siempre más rápida que el cuerpo, con el alma instalada en un mañana que nunca llega y casi nunca en el hoy. Queremos que pase la semana, que llegue el viernes, que llegue el puente, que empiecen las vacaciones… y cuando por fin llegan, los vivimos con la prisa de quien tiene miedo de que se acaben demasiado pronto.

Y en medio de esa carrera sin meta, el estrés nos roba lo más valioso: la capacidad de disfrutar del instante. Nos arrebata el poder detenernos en la sobremesa tranquila, en la risa espontánea de un hijo, en el café compartido sin mirar el reloj, en el silencio de estar simplemente en paz. Todo eso, que al final es lo que da sentido a la vida, lo dejamos pasar como si siempre fuese a estar ahí, sin darnos cuenta de que lo más frágil y lo más hermoso se escapa sin avisar.

El tiempo no espera. No pide permiso, no se detiene para que lo alcancemos, no concede treguas. Y cuando abrimos los ojos, ya se nos fue.

Quizás la clave no esté en intentar ganarle la carrera al reloj, sino en aprender a bajar el ritmo. En comprender que el futuro nunca será tan real como este presente que ahora mismo respiramos. El estrés siempre nos empujará hacia lo que viene, pero la paz —la verdadera paz— se encuentra en un lugar mucho más sencillo: aquí, en el ahora.
Porque la vida no empieza mañana ni se guarda para más tarde: la vida está sucediendo justo en este instante.





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