jueves, 29 de mayo de 2025

Cuando Todo Parece Perdido... Dios Sigue Sosteniéndote

 

A ti, que estás viviendo uno de los momentos más duros de tu vida.

A ti, que un día recibiste una noticia que te cambió para siempre.
A ti, que luchas contra una enfermedad que parece querer robarte la calma, el cuerpo, los días…
Quiero decirte algo, con el corazón en la mano: no estás solo. No estás sola.

Sé que hay noches en las que no puedes dormir. Que hay silencios que gritan más que las palabras. Que te miras al espejo y no reconoces a esa persona que te devuelve la mirada. Sé que a veces el miedo aprieta tanto que cuesta hasta respirar.

Pero déjame decirte algo que no es solo una frase bonita: Dios está contigo.

Aunque sientas que no te oye. Aunque pienses que te ha olvidado. Aunque a veces no puedas ni rezar.
Él está ahí.
Siempre ha estado. Siempre estará.

Dios no se aleja del sufrimiento. Al contrario: se hace más presente en él.
Está en esa enfermera que te sonríe sin saber por qué llorabas.
Está en esa llamada inesperada que te hizo sentir acompañado.
Está en el abrazo de alguien que no sabe qué decir, pero que está.
Está en cada oración que alguien eleva por ti, aunque tú ni lo sepas.

Él no necesita grandes palabras para escucharte. Basta con un “ayúdame”. Basta con un susurro. Basta con tu silencio.
Dios entiende el idioma del dolor. Y lo abraza.

La enfermedad no es castigo. No es olvido. No es abandono.
Es un misterio.
Duro, sí. Injusto muchas veces.
Pero incluso en este valle de lágrimas, Dios sigue escribiendo una historia contigo.
Una historia donde aún puede haber paz. Donde aún puede haber consuelo. Donde aún puede haber milagros, incluso si no vienen envueltos como esperábamos.

Y si algún día no puedes con todo…
Si te sientes tan cansado que no te salen ni las fuerzas para luchar…
Entrégate. Apóyate. Descansa en Él.

No tienes que hacerlo todo tú.
Dios es tu refugio. Tu fortaleza. Tu roca.

Y si el cuerpo se debilita, el alma puede seguir brillando.
Eres mucho más que tu diagnóstico.
Eres hijo. Eres hija.
Eres amado por el Dios que dio la vida por ti.

Y mientras haya un suspiro en tu pecho, hay esperanza.
Hay tiempo para abrazar, para decir “te quiero”, para mirar el cielo y repetir: “Señor, en tus manos estoy”.

No pierdas la fe.
Porque cuando tú ya no puedes… Él te carga.



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