viernes, 7 de marzo de 2025

Los que se fueron, pero nunca nos dejaron

 Hay ausencias que pesan en el alma más que en los días. Personas que un día estuvieron aquí, riendo, hablando, abrazando, y que, sin pedir permiso, se marcharon dejando un vacío imposible de llenar. Pero aunque sus cuerpos ya no estén, aunque sus voces se hayan silenciado, aunque sus manos no puedan sostener las nuestras, siguen aquí.

Siguen en los recuerdos que nos asaltan en medio de la rutina, en ese aroma que nos transporta a un instante que parecía eterno, en la canción que suena de repente y nos hace cerrar los ojos para volver a sentir su presencia. Siguen en las palabras que nos enseñaron, en los gestos que sin darnos cuenta repetimos, en las historias que contamos una y otra vez como si al nombrarlas les diéramos un instante más de vida.

El mundo sigue, el tiempo avanza, pero hay nombres que nunca se borran. Hay fechas que siguen marcadas en el calendario de nuestra memoria, abrazos que seguimos esperando sin esperanza, y lugares que jamás volverán a ser los mismos sin ellos. Porque hay despedidas que duelen para siempre, aunque aprendamos a convivir con la ausencia.

A veces, la vida nos sorprende con señales que parecen venir de lejos. Un sueño en el que nos visitan y sentimos su presencia tan real que al despertar nos invade la duda de si fue solo un sueño o si, de algún modo, vino a decirnos que siguen con nosotros. Un pájaro que se posa en la ventana justo en el momento en que más los extrañamos. Una brisa que nos rosa la cara y nos hace sentir, aunque sea por un instante, que no se han ido del todo.

Y quizás, en el fondo, nunca lo hacen. Porque no se muere quien se va, sino a quien se olvida. Y mientras alguien los siga recordando, mientras su nombre siga vivo en nuestras palabras, mientras el amor que nos dejó siga latiendo en nuestro pecho, seguirán aquí.

A veces creemos que el dolor de la pérdida se supera con el tiempo, pero en realidad aprendemos a vivir con él. Un día nos damos cuenta de que ya no lloramos como antes, pero seguimos sintiendo ese nudo en la garganta cuando escuchamos su nombre. Aprendemos a sonreír al recordar, aunque nos duela saber que ya no volveremos a verlos. Porque el amor no desaparece con la muerte, solo cambia de forma. Ya no podemos tocar, ni oír, ni ver, pero podemos sentir.

Y ese sentimiento se convierte en una forma de presencia. En un consejo que nos damos a nosotros mismos recordando sus palabras. En la manera en que seguimos amando, como nos enseñaron. En el susurro de una oración cuando, en silencio, seguimos hablándoles.

Hoy escribo por ellos. Por los que se fueron demasiado pronto, por los que nos dejaron con palabras pendientes, por los que nos enseñaron lo que era el amor verdadero sin saber que un día tendríamos que aprender a extrañarlos.

Hoy escribo por esos abrazos que quedaron en el aire, por esas sonrisas que nos faltan en las fotos, por esas conversaciones que quedaron a medias. Porque aunque la muerte nos los haya arrebatado, jamás podrá llevarse lo que nos dejaron: su amor, su risa, su huella en nosotros.

Y si alguna vez sentimos que el olvido amenaza con borrar sus rostros de nuestra memoria, bastará con cerrar los ojos y escuchar a nuestro corazón. Porque allí, en lo más profundo, siempre estarán vivos.

💭 ¿A quién extrañas hoy? ¿Qué recuerdo te hace sentir que aún sigue contigo?




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