Vivimos rodeados de ruido. No solo el que hacen en las calles, las pantallas o las conversaciones que no llevan a ninguna parte, sino el ruido de las preocupaciones, de las expectativas, de todo aquello que nos empuja a seguir adelante sin detenernos a pensar si ese es el camino que realmente queremos recorrer.
Nos levantamos cada día con una lista invisible de cosas por hacer, con la sensación de que si no estamos ocupados, no estamos avanzando. Pero, ¿hacia dónde? ¿Quién nos enseñó que el valor de una vida se mide en la velocidad con la que la vivimos?
Tal vez, lo que realmente necesitamos no es más ruido, sino más silencio. No el silencio incómodo de quien no sabe qué decir, sino el silencio que nos conecta con lo que somos. Ese instante en el que apagamos el mundo y nos escuchamos de verdad.
El problema es que el ruido nos distrae, nos anestesia. Nos llena de estímulos para que no nos enfrentemos a nosotros mismos. Pero el alma también necesita espacio. Necesita pausas. Necesita respirar.
Cuando todo se detiene, cuando encontramos un momento para mirar hacia dentro, nos damos cuenta de cuánto nos hemos alejado de lo esencial. De que el mundo puede seguir girando sin que corramos detrás de él. De que hay preguntas que solo encuentran respuesta cuando aprendemos a callar el ruido y escuchar nuestro propio silencio.
📖 ¿Cuándo fue la última vez que te escuchaste en medio del ruido del mundo?
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