Hay despedidas que se sienten, pero no se pronuncian. Momentos en los que sabes que algo llega a su fin, aunque nadie lo diga en voz alta. Silencios que pesan más que cualquier palabra, miradas que evitan cruzarse, abrazos que duran un poco más, como si ambos supieran que será el último. No todas las despedidas vienen con palabras. Algunas llegan de puntillas y se instalan sin pedir permiso. Se quedan grabadas en la memoria como un susurro que no se escuchó, pero que el alma entendió perfectamente. He aprendido que esas despedidas silenciosas duelen diferente. Porque no hay un cierre, no hay un “cuídate” o un “hasta pronto”. Solo queda la sensación de algo inacabado, de palabras que no se dijeron, de gestos que se guardaron por miedo o por no saber cómo. Pero también he entendido que, a veces, el adiós no necesita ser dicho para ser real. Que hay personas que simplemente se van, etapas que terminan sin aviso, y caminos que se separan sin hacer ruido. Y está bien. Porque, aunque duela, esas despedidas nos enseñan a soltar, a aceptar y a seguir adelante cargando solo lo bueno. 📖 Hoy te invito a pensar en esas despedidas que no se dijeron, pero que aún vives en silencio. Tal vez, sin darte cuenta, ya las entendiste y las aceptaste.
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