Hay un momento en la vida en el que te das cuenta de que todo lo que diste, todo lo que hiciste, todo lo que te quitaste a ti para dar a los demás… simplemente desaparece en cuanto cometes un error.
No importa cuántas veces estuviste.
No importa cuántas noches dormiste poco por ayudar.
No importa cuántas veces callaste para no herir.
Ni siquiera importa si lo hiciste con el alma en las manos.
Porque, en cuanto fallas… te echan a los leones.
Y no cualquier león. No.
Te lanzan a los que aplaudían cuando tú brillabas.
A los que te sonreían mientras recogías migas.
A los que se hacían fotos contigo mientras tú remabas.
Porque hay gente que no sabe de gratitud, pero sí de conveniencia.
Hay quien no te ve como persona, sino como utilidad.
Y cuando ya no sirves a sus intereses… se olvidan de que fuiste refugio, hombro, ayuda, corazón.
Y no, no es victimismo.
Es aprendizaje.
Porque en la vida, uno tiene que saber quién lo valora de verdad, y quién solo aplaude mientras le conviene.
Así que, si hoy te señalan por un fallo, recuerda todo lo que hiciste sin pedir nada a cambio.
Y no te culpes por dar tanto.
Solo aprende a no dárselo a cualquiera.
Porque no hay mayor dignidad que seguir ayudando, aunque se te rompa el alma, pero aprendiendo a ponerle cerrojo al corazón ante quienes no supieron cuidarlo.
La lealtad no se mide en los días buenos, sino en cómo te sostienen cuando tropiezas.
Y aunque duela, cada decepción limpia el camino de quienes solo estaban por interés.
Y tú… cuántas veces has sido juzgado por un error, sin que nadie recordara todo lo que hiciste?
No hay comentarios:
Publicar un comentario