martes, 20 de mayo de 2025

"Cuando el Alma Aprende a Hablar en Silencio"

No siempre hace falta gritar el nombre de Dios para que otros lo escuchen. A veces basta con vivirlo, con dejarlo respirar en uno mismo, con permitirle que se cuele en los gestos pequeños, en las palabras justas, en la forma en que miras a quien sufre.

Hoy no vengo a dar lecciones. Vengo a hablarte desde el barro, desde este caminar de fe que muchas veces está hecho de dudas, de cansancio, de silencios. Pero también de certeza. Porque hay una verdad que me acompaña: Dios no abandona. Nunca.

He aprendido que el apostolado más eficaz no siempre se da en una homilía, ni en una charla, ni siquiera en una catequesis. Se da cuando alguien, sin saber por qué, se siente escuchado. Cuando se sienta a tu lado alguien que está roto por dentro y tú simplemente estás, sin juicios, sin prisas. Cuando un hijo ve en ti un ejemplo de paz, de lucha, de perdón. Cuando ayudas sin esperar, cuando amas sin exigir, cuando callas para no herir. Eso también es evangelizar.

El mundo tiene hambre. Hambre de amor real. De presencia. De personas que no hablen de Dios como una idea, sino que lo encarnen. Que su vida se vuelva un Evangelio abierto, donde cualquiera pueda leer consuelo, ternura, misericordia.

¿Quieres cambiar el mundo? Comienza por tu casa. Ama con verdad. Escucha con los oídos del corazón. Perdona lo que aún escuece. Da gracias. Y cuando no tengas fuerzas, arrodíllate. Porque solo el que ora puede sostener a otros.

Yo sigo caminando. Caigo y me levanto. Pero si algo he entendido, es que cuando uno se deja amar por Dios, sin condiciones, algo cambia para siempre. Y entonces… entonces el alma empieza a hablar sin necesidad de palabras.

Si esta entrada te ha tocado, no me lo digas a mí. Díselo a Dios. Y si puedes, háblale tú también a otro. Tal vez no con sermones, sino con la vida. Porque hay almas que solo pueden ser alcanzadas por la luz que tú llevas dentro.




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