Hay días en los que uno se levanta… pero no amanece.
No es el cuerpo lo que pesa, son las ganas. No es el sueño, es el silencio acumulado en el pecho. Ese que te aprieta sin gritar. Ese que no se va con una siesta, ni con un café cargado.
A veces, no estás cansado de trabajar, estás cansado de luchar.
De tener que ser fuerte para todos, mientras por dentro te estás cayendo a trozos.
Y ahí estás tú. Sonriendo. Diciendo “todo bien”.
Porque sabes que si tú te rompes… ¿quién sostiene lo que cargas?
No es que no tengas motivos para seguir, es que hace tiempo que nadie te pregunta si quieres parar.
Que nadie te dice “descansa, que hoy me toca a mí cuidarte”.
Ese cansancio del alma no se cura durmiendo, se cura hablando, llorando si hace falta, abrazando lo que uno siente sin vergüenza.
Y si no hay nadie, pues que te abrace Dios, o el recuerdo de los que ya no están pero siguen siendo tu refugio.
Si hoy te pesa todo, si estás cansado sin saber por qué…
No estás solo.
A veces, simplemente, el alma necesita respirar sin tener que explicar nada.
Y si nadie lo ha hecho aún, yo te lo digo ahora:
Gracias por seguir, a pesar de todo. Gracias por no rendirte.
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