lunes, 20 de octubre de 2025

La sociedad que estamos fabricando

 A veces me detengo a mirar a mi alrededor, y no sé si reírme o echarme a llorar. Nos llenamos la boca hablando de progreso, de libertad, de empatía… pero cada día nos parecemos menos a lo que un día soñamos ser.

Vivimos en una sociedad donde la apariencia vale más que la verdad, donde el “me gusta” pesa más que la palabra, y donde el valor de una persona se mide por la cantidad de ojos que la miran, no por el corazón que la sostiene.

Nos estamos convirtiendo en seres acelerados, que escuchan sin oír, que miran sin ver, que sienten sin sentir. Todo lo queremos rápido, fácil y sin compromiso. Amamos con miedo, opinamos sin saber, y juzgamos sin piedad.
Hemos confundido la libertad con el libertinaje, la sinceridad con la falta de respeto, y la educación con debilidad.
Ya no se trata de tener razón, sino de gritar más fuerte.

Vivimos tiempos donde el silencio incomoda y la reflexión aburre. Donde pensar distinto te convierte en enemigo y tener principios parece un acto revolucionario.
Donde lo correcto es lo que está de moda, y lo que está bien pasa de moda al siguiente.

Pero, entre tanto ruido, todavía queda gente buena.
Gente que no busca brillar, sino alumbrar.
Gente que no compite, sino comparte.
Gente que aún saluda, que aún escucha, que aún se detiene a preguntar “¿cómo estás?” y espera la respuesta.

Quizá el mundo no esté perdido del todo.
Quizá todavía estemos a tiempo de mirarnos a los ojos y recordar quiénes fuimos antes de volvernos tan fríos.
Quizá haya esperanza, si somos capaces de volver a lo sencillo: a los valores, al respeto, al esfuerzo, a la palabra dada.

Porque una sociedad no se mide por sus avances tecnológicos ni por su modernidad,
sino por su humanidad.


Y ahí, amigo mío… llevamos demasiada prisa, y muy poca alma.


viernes, 17 de octubre de 2025

Cuando das todo, y aún así te clavan el alma

Hay momentos en la vida en los que uno se entrega sin reservas.

Te das en cuerpo y alma, porque crees en lo que haces. Porque lo sientes tuyo. Porque entiendes que el trabajo bien hecho no se mide en horas, sino en corazón.
Y así vas dejando pedacitos de ti en cada cosa, dejando atrás tus propios quehaceres, tus ratos libres, tu descanso… todo, por sacar adelante lo que otros ni siquiera entienden.

Y cuando lo haces así, con verdad, esperas que la vida —o al menos las personas— respondan con el mismo respeto. Pero no siempre es así.
A veces, en lugar de un “gracias”, te llega una puñalada.
A veces descubres que la gente no te valora por lo que das, sino por lo que cedes.
Que mientras bailas al son que ellos marcan, todo va bien.
Pero cuando te atreves a marcar tu propio compás, cuando dices “hasta aquí”, entonces eres el problema.

Qué ironía. Que el que trabaja de corazón sea el señalado. Que el que intenta hacer las cosas bien sea el que molesta.
Pero aun así, bendita sea la conciencia tranquila.
Porque mientras otros viven de las apariencias, tú puedes mirar atrás y saber que no le debes nada a nadie.
Que tu entrega fue real, y tu lealtad, sincera.

No hay derrota en eso. Hay aprendizaje.
Hay cicatrices que enseñan a quién dar la mano y de quién apartarla.
Porque al final, quien te paga mal por hacer el bien, no te quita valor… se lo quita él mismo.

Y tú sigues. Cansado, pero con la frente alta.
Dolido, pero limpio.
Porque quien actúa desde el corazón, tarde o temprano, encuentra su recompensa.
Aunque el mundo te dé la espalda… Dios nunca lo hace.

A veces la vida te pone en lugares donde tu entrega no encaja con los intereses de otros.
Te duelen las decepciones, te pesan las injusticias, pero aprendes que no todo el mundo tiene tu mismo sentido de la lealtad.
Y ahí está la lección: no cambies tu esencia por la ingratitud de nadie.
Sigue dando lo mejor de ti, aunque duela.
Porque lo que haces desde el alma, tarde o temprano, vuelve multiplicado.
Y cuando eso ocurra, entenderás que no perdiste… solo te estaban preparando para algo más grande.




El dolor de no sentirse querido

 Hay heridas que no se ven, pero sangran igual que las que atraviesan la piel. Una de ellas —quizás la más silenciosa y cruel— es la de no s...